miércoles, 27 de abril de 2011

VIVIR EL TEATRO O VIVIR DEL TEATRO

La noche está algo fría. La gente se ha ido agrupando poco a poco
en la puerta de la sala que cubre un pesado telón. Algunos han buscado un
café y conversan animadamente. Otros, los que conocen a todo el mundo,
van de un lado a otro saludando y sonriendo. Aquellos que vinieron solos
ojean minuciosamente el programa como si pudieran constatar o convencerse
mediante su lectura la calidad del espectáculo.
De repente un sostenido retintín suena. Es la primera llamada y la
mayor parte de asistentes deciden entrar y sentarse. Al poco tiempo todos se
encuentran ya en sus sillas. Suena entonces la segunda y más tarde una tercera
llamada. Esta noche algo ocurrirá en el escenario ante estas personas.
¿Por qué han asistido a la función? Muchos porque el teatro es diversión,
porque sinceramente les interesa, o porque eso es lo que se espera de una
persona “culta”, algunos lo harán para “darse un baño de cultura” como lo
describiera mediante esta “perla” cierto funcionario público de cuyo nombre
no quiero acordarme. Incluso estará alguien que por primera vez se le ocurre
ir al teatro, no sin cierta desconfianza y seguro también estará quien llega por
compromiso con el amigo o el familiar. ¿Pero, aún más extraño, quiénes son
aquellos que estarán en el escenario? ¿Esto es lo que hacen para vivir? ¿No es
una especie de pasatiempo? ¿Por qué han elegido hacer esto, teatro, y no otra
cosa?
El hecho escénico en un país que no posee una larga tradición teatral
es siempre visto como un evento raro. Y quienes estamos sobre el escenario
suscitando el hecho somos vistos, a la luz de las dinámicas sociales de
nuestro país, más raros aún. Y la condición de rareza sería aceptable si viniera
acompañada de un numeroso público ávido de desentrañar el sentido último del
teatro, pero la verdad es que no. Función a función corroboramos que el teatro
no es un espacio masivo. No es masivo en el sentido que lo son la televisión
y el cine. No congrega a miles de fanáticos como la música pop. Exige del
espectador cierta individualidad perceptiva. Y esta condición puede ser tal vez
su característica más interesante. Al menos, el teatro, no convierte al espectador
en masa.

EL TEATRO, EL SISTEMA, EL TIEMPO Y EL ESPACIO

El Teatro es una actividad connatural al ser humano. Las más arcaicas
actividades humanas en relación con el mundo se hacían a través de la
representación. Esto explica que la actividad subsista en una sociedad que
científica y tecnológicamente ha cambiado mucho desde la época en que se
invocaba la acción de entidades divinas por medio de danzas, máscaras y
cánticos. Por supuesto que muchas de las antiguas funciones de lo teatral
se han ido separando en otras actividades, especializándose, de tal manera
que vemos acciones teatrales en las religiones, las costumbres, o el folklore.
Sin embargo es en la actividad artística en donde permanecen activas las
propiedades más interesantes del teatro, en donde aún este sigue siendo una
búsqueda de lo que la ciencia y la filosofía no pueden explicar. En este sentido
es un espacio de reflexión permanente, de preguntarse sobre el ser y sobre
el mundo y no sólo preguntarse a través de la reflexión intelectual, sino con
herramientas que la humanidad ha dejado en otros campos. Si bien la ciencia
también opera con la percepción de los sentidos, el arte va más allá interpelando
al mundo con las sensaciones y los sentimientos, que el campo científico
considera inválidos para su análisis.
Pero, ¿cuál es el sentido de hacer teatro hoy, en esta sociedad
posmoderna, mediatizada, globalizada y dominada por los avances
tecnológicos?
En el panorama de la sociedad actual todo está mediado. El celular, las
redes sociales virtuales, la videoconferencia, los juegos en red, intermedian
en las relaciones hoy. Si bien todas estas tecnologías han acortado las
distancias en el sentido de sortear la separación física entre individuos, han
creado un espacio de relación virtual muy diferente en intensidad al espacio de
comunicación de la realidad. En este escenario, el del mundo mediatizado, las
relaciones en presencia son reemplazadas progresivamente por las relaciones
virtuales suponiendo un enmascaramiento que elimina la posibilidad de empatía
real entre individuos y grupos. En el momento en que los espacios de relación
virtual dejan de ser usados como herramientas auxiliares de la comunicación y
se convierten en el espacio central de comunicación, distorsionan el sentido de
la relación humana que se basa en la percepción directa y presencial del otro a
través de los sentidos.
Frente a estas nuevas tecnologías, siempre en evolución, el teatro se erige
como uno de los últimos reductos en donde el cuerpo humano, sus sentidos,
la presencia del otro y la comunicación directa configuran un rico espacio de
relación. Esta sola consideración ya describe la importancia que el teatro puede
tener en nuestra sociedad actual, sin embargo muchas de las lógicas de su

producción son totalmente antagónicas con el orden actual.
Los procesos teatrales cuando son procesos de búsqueda suelen ser largos, con
avances y retrocesos. Los hallazgos en el escenario se gestan con tiempo. Y es
justamente el tiempo uno de los puntos más conflictivos de la relación del teatro
con la realidad actual. En las sociedades consumistas posmodernas la prisa la
consecuencia del ahorro de tiempo y el tiempo es siempre dinero. Todo lo que
demande tiempo debe ser capaz de retribuir ese tiempo gastado en dinero. Toda
actividad debe ser, en consecuencia, una inversión económica. Muchas veces la
cantidad de tiempo invertido es el que determina si una tarea ha sido hecha con
eficacia o no. Las industrias reducen el tiempo de producción y aumentan sus
ingresos. Los ya viejos relojes para timbrar tarjetas o los más modernos relojes
digitales de control de personal que reconocen la huella digital de los empleados
son ejemplos concretos de cómo el sistema maneja el tiempo en beneficio de la
productividad, entendida simplemente como lograr más por menos.
En esta lógica de banda de producción el cine no ha tenido ningún
problema. Su definición de arte e industria le permite justificar el tiempo usado
en honor a los montos que recauda o a las subvenciones que se percibe por
ser lo que la sociedad posmoderna y consumista ha denominado una “industria
cultural” Esta misma noción inquietante de industrias culturales es actualmente
difundida alegremente por las instituciones públicas de la cultura en nuestro país
como la vía lógica a la que debe suscribirse toda actividad artística moderna.
El teatro, sin embargo, no cabe dentro de esta visión. Siempre es posible
hacer encajar una pieza a la fuerza, pero esto sólo inutiliza la maquinaria. El
teatro necesita del tiempo sin restricciones porque trabaja con el. Sin el tiempo y
el espacio a su disposición el teatro simplemente no existe. Aún manejándose
bajo la lógica de control de tiempo, la realidad es que ningún teatro del mundo
subsiste únicamente de la taquilla, es decir que en el teatro el uso de tiempo
nunca estará en relación con el monto en dinero que puede percibirse por el
producto logrado.
La lógica de producción del teatro es totalmente diferente a la lógica de
producción del sistema y es por eso que la palabra “industria”, tan importante
para la sociedad de consumo, es totalmente absurda para la creación escénica
independiente. Entonces, ¿en dónde cabe el teatro dentro de la sociedad
mediatizada, globalizada y postmoderna?

LA CARICATURA CORPORATIVA

El mundo empresarial y el teatro son aparentemente incompatibles. Sin
embargo no ha faltado quien se aventure a hacer una mezcla aberrante de
estos campos disímiles. Son varias en nuestro medio las configuraciones de

grupos de teatro en modelos empresariales. Nada extraño si entendemos que
la maquinaria mediática, televisión, prensa, radio, permanentemente reafirma
la idea de que el éxito es principalmente económico y más aún que la única
organización válida es la de la empresa. No en vano la literatura más vendida
hoy la constituyen los libros de cómo hacerse rico con ideas innovadoras de
administración de empresarial y buen manejo financiero.
Quizá atraídos por esos cantos de sirenas muchos compañeros se
han lanzado a fundar grupos a imagen y semejanza de los nuevos dioses: las
corporaciones, nombre que se les da en Estados Unidos a las sociedades
anónimas. Parece que ha ayudado la “simpática” coincidencia de que en la ley
ecuatoriana que regula la obtención de la personería jurídica, se reconoce bajo
el nombre de corporación a un tipo de asociación que dista mucho de ser una
empresa, pues se trata de organizaciones sin fines de lucro. Pero sin entenderlo
bien del todo muchos han decidido navegar por las aguas de los negocios en un
bote de papel, o de papeles, que siempre los papeleos en la burocracia
empresarial también son muchos. Desde esta perspectiva ya no se piensa en
qué teatro quiero hacer sino en qué teatro puedo vender. Así, muchas
producciones nacen motivadas por sus posibilidades de difusión antes que por
intereses artísticos. Pero algunos han ido más allá acercando el teatro actual a
funciones insospechadas como la publicidad, la propaganda o el proselitismo
político. Así muchos teatristas se jactan de hacer obras técnicamente “bien
hechas” para tal o cual empresa o tal o cual institución. De acuerdo a la
tendencia empresarial de reducir costos muchas veces no se ha dudado en
cambiar los pesados telones por reproducciones plásticas digitales y
confeccionar vestuarios con la famosísima “tela espejo” reduciendo a disfraz la
indumentaria teatral. Es otra triste práctica del teatro empresarial, es el teatro
por encargo, que no es lo mismo que la coproducción de una obra por intereses
mutuos en la temática, sino la concesión de cualquier tema por dinero.
En este mismo camino, el de la obra para ser vendida, se ha dado paso
a una serie innumerable de remedos de éxitos cinematográficos. El teatro para
niños ha visto pasar un desfile de personajes de hollywood, no desde una re-
lectura, sino desde una reproducción literal, desgastada y lamentable que
sólo lleva al decaimiento de la actividad y a la vergüenza ajena del resto de la
comunidad teatral.
Una trampa más se levanta sobre el teatro, la de los emprendimientos
exitosos. Animaciones, cumpleaños, zancos, hora loca, una serie de “servicios”
que cada vez más se desenfocan del verdadero sentido del teatro y confunden
algunas destrezas con la actividad.
Pero no es todo, existe otra tendencia, la que tienen los nuevos actores a
formar parte de una mano de obra capacitada y barata dispuesta a ponerse en

manos del mejor postor, que en el caso del teatro es aquel que pueda pagar
un mínimo sueldo. Se convierten así en plastilina de director, sin importarles
qué quieren ellos verdaderamente decir o hacer en el escenario. Es imposible
no preguntarse ante estos actores, ¿por qué sólo quieren ser ejecutantes y
no creadores? Muchos lo hacen porque su ideal es conseguir la fama, tal vez
dar un salto a la televisión, y por que no, al cine. Trafican con sus destrezas
y capacidades sin tener absolutamente nada que decir. La mayoría de estos
actores y actrices vivirán su pequeña fama en los treinta segundos de algún
comercial de televisión y olvidarán definitivamente esa inquietud, esa necesidad
de interrogarse profundamente que nace sobre las tablas y nos alimenta.

TENER ALGO QUE DECIR, EL SIGNO ACTUAL DEL ARTE

Cuando en 1917 Marcel Duchamp presentó a la exposición de la
Sociedad de Artistas Independientes un urinario corriente como obra escultórica,
no hacía menos que lo que Aristófanes con sus cuestionadotas obras en el
contexto de la sociedad griega de la época. De la misma manera causaron
asombro y molestia a lo establecido Picasso con el cubismo o Alfred Jarry
con su “Ubu roi” Los artistas durante siglos han sido el indicio de cambios en
el pensamiento del mundo. El elemento trasgresor ha estado presente en el
arte siempre, tanto como lo ha estado por otro lado la función conservadora
de la sociedad en el arte oficial. Es en el arte en donde las batallas del cambio
siempre se han anticipado. Esta función transgresora del arte permite poner
en duda lo existente y así buscar nuevas posibilidades. Sin ella el arte es
simplemente decorativo.
El arte contemporáneo privilegia la elección del artista antes que el
regodeo en la destreza. En esta elección está incluido el tener que decir o qué
preguntarse. Muchos teatristas conocen bien las técnicas para el arte escénico,
incluso son muchos los que en su currículo coleccionan una impresionante lista
de diversos talleres y destrezas adquiridos durante años. Sin embargo el artista
debe tener algo que decir, algo que preguntarse, sin esto es un cascarón vacío.
El culto y adoración de las destrezas como el centro del hecho teatral
ha hecho que algunos crean en que la separación entre fondo y forma, en una
obra de arte es posible. El buen teatro es bueno en fondo y forma, no se puede
disociar la intención temática de los elementos expresivos, así como ciertos
elementos expresivos corresponden mejor a tal o cual elección temática. Visto
así un teatrista sin nada que decir, por más provisto que esté de técnicas, está
desnudo de sentido. El signo actual del arte es tener algo que decir. Es por
esto que es necesario vivir el teatro. La cuestión no es sólo vivir del teatro. Si
el problema es sólo solucionar nuestras necesidades básicas o incluso forjar

una fortuna habría que con mejor juicio elegir una actividad productiva más
rentable. El teatro necesita que sea vivido por el teatrista. Vivirlo exige una toma
de posición frente al mundo pues sus principios básicos de producción están en
contradicción con las lógicas del sistema que vivimos. Si no somos capaces de
percibir esto seguiremos haciendo un teatro que no podrá ir más allá de nuestras
propias deficiencias. ¿Queremos conformarnos con vivir del teatro o queremos
vivir el teatro con todos sus retos y posibilidades expresivas? ¿Qué pasaría
si el teatro como actividad desapareciera? Jean Luc Godard decía ante esta
misma pregunta respecto del cine que él incluso volvería al lápiz y al papel para
seguirse expresando, porque era esa necesidad de expresión lo que lo movía
a hacer cine. Preguntémonos si el hacer teatro no es sólo un fetiche. Lo es si
decimos que amamos hacer teatro y hacemos cualquier cosa con tal de hacer
teatro. Lo importante no es hacer teatro de cualquier manera, sino hacer teatro
con un fin más amplio. Me agrada en este punto poder repetir como propia una
frase que hace poco oí de un viejo teatrista que anda por estas tierras: “hago
teatro porque esta sociedad que tenemos no me gusta”
Hacerlo por algo grande y no hipotecar mil destrezas por unas migajas.
Eso es en rigor el verdadero teatro independiente. Lo otro no podríamos
invalidarlo como teatro, ¿quiénes somos para hacerlo?, existen diferentes
formas de abordar el teatro, pero yo prefiero una que nos permita visibilizarnos
con dignidad, que no esté marcada por el conformismo típico de una sociedad
adiestrada por los medios masivos. Prefiero un teatro que provoque, que ponga
en duda, que mueva lo inmovible, que toque lo intocado, un teatro profundo, un
teatro verdadero.

Juan Manuel Valencia Hinestrosa

E.T.D.B.

El Teatro Del Barrio